Cuando me planteé por primera vez escribir un blog pensé en llamarlo "Historias del metro", principalmente porque me paso unas cuatro horas cada día en el transporte público (entre cercanías y metro). He ido en transporte público a la universidad, al trabajo... llevo metida ahí 12 años (por dios que vértigo... y me quedan 12 días para el día D .... XD). En el transporte público me ha pasado de todo, me he quedado atascada en túneles y he tenido que salir andando, me han acosado (hay mucho sobón suelto en el metro), me he encontrado borrachos, broncas... de todo.
Ahora por motivos laborales estoy viajando mucho, y a mis viajes en tren y metro se unen el avión y el taxi.
Ayer estuve en Valencia y a la vuelta de la reunión que tuve allí, me pasó un poco de todo, casi para montar un monólogo y salir en la tele. Para empezar, desde el lugar de la reunión hasta el aeropuerto me llevó el taxista más friki de todo Valencia: me subo en un taxi monovolumen, el taxi más sucio que he visto en mi vida, el suelo estaba lleno de papeles sucios y tierra, y los asientos también, además llevaba mampara de seguridad, bueno, media mampara, porque le faltaba la parte superior, sólo tenía la inferior, de plástico gris igual de guarro que el resto del coche. Bueno, y casi a juego con el conductor, que tenía el pelo como si se lo hubiera lavado en aceite. Nuestro querido conductor llevaba las dos ventanillas delanteras bajadas, y aún así, el coche olía que apestaba. Y os preguntaréis por qué no rechacé ese taxi... pues porque iba con la hora pegada al culo y perdía el avión... así que echándole un par de ovarios seguí adelante. Y entonces me doy cuenta de que el conductor, a la mínima parada (semáforo, paso de cebra, ligera retención... coge con ansia el periódico y se pone a leer) y empieza a comentarme las noticias.... y a raíz de eso comienza a contarme su vida: que había montado una empresa de páginas web que se había hundido, que su hijo es superdotado y toca la trompeta, el piano y se está preparando para ser director de orquesta.... de todo un poco. He de reconocer que uso con frencuencia el taxi, mi tío ha sido taxista y uno de mis mejores amigos lo es, y que he tenido la suerte de encontrarme taxistas majísimos, malas personas y desastres que no sabes cómo se han metido a taxista si no saben ni dónde tienen la cabeza. Bueno, al final llegamos bastante bien al aeropuerto, aunque con la cabeza con un bombo y la cara un poco azulada (de aguantar la respiración XD).
Llegué y pasé enseguida, no había mucha gente y ya tenía la tarjeta de embarque, me dirijo a mi puerta y veo que me corresponde un avión de hélices de vuelo regional de la compañía Air Nostrum. Son aviones muy pequeños, que no me gustan especialmente. Me quedaba media hora para salir, y no estaban las azafatas ni siquiera para empezar a embarcar, así que cogí me fuí a la tienda y me compré una botella de agua de Valencia y otra de Mistela (el sábado tengo fiesta!!). Me siento a leer y a esperar, y siguen sin llamar... llegan las dos y media y anuncian por megafonía: el vuelo con destino a Madrid se retrasa media hora por razones de mantenimiento del aparato, más información en media hora. Visto que era la hora de comer y no iba a llegar a la hora de comer, decidí tomarte un montadito en la cafetería de enfrente, mientras observaba alucinada cómo desmontaban el morro del avión que nos tenía que llevar (qué mal rollito....), y a todo esto me giro y espaldas a mí hay un tío con el ordenador encendido y navegando en una página titulada (en inglés) "Guerra Santa"... yo ahora leo esto y me descojono viva, pero en el momento la cara que se me debió quedar debía ser un poema...
Total, que tras hora y pico de espera deciden reubicarnos en otro vuelo (a todo esto el morro del avión seguía abierto y el tío del portátil se había ido... menos mal! XD) , yo no había facturado nada, pero claro, nos dijeron que teníamos que salir, volver a entrar y pasar los controles (lo que supone prácticamente desnudarte: cuidado si vas alguna vez con un agujero en el calcetín o con un pantalón que te quede un poco grande: hay que quitarse los cinturones, con lo que puedes terminar andando como un pingüino en medio de la terminal, o te pueden obligar a quitarte los zapatos...). Con esto tuvimos dos problemas: primero que el siguiente vuelo salía en 20 minutos, y en ese tiempo había que sacar la nueva tarjeta, pasar el control, facturar... y rezar para que no te cerraran el vuelo mientras. Yo llegué de casualidad, y tuve la suerte de encontrar un guardia civil razonable, que me dejó pasar con las dos botellas de licor... porque si no, casi de fijo que así sueltas no llegan a Madrid.
Fue un día entretenido... y hoy nos hemos partido de risa en el trabajo mientras contaba la historieta, así que creo que vamos a inaugurar una nueva sección que se llame "Historias del metro".
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