Ermitaño

27 septiembre 2009

Poco ha poco he ido deshaciéndome de las ataduras. Ya no pertenezco a mis pensamientos, mis palabras ya no me definen. He vencido mis pasiones, desprendido del deseo. Mi cuerpo es sólo un vehículo. Para llegar a la luz me adentro en la oscuridad. Para llegar al éxtasis cultivo la indiferencia. Para llegar al amor a todo, me retiro en la soledad. Allí, en el último recoveco del Universo es donde abro mi alma como una flor de pura luz. Gratitud sin exigencia, la esencia de mi conocimiento es el conocimiento de la esencia.

Soy la hembra espiritual, la actividad infinita de la pasividad. Como una copa, ofrezco mi vacío para que sea colmado.

" Confiemos en en el tiempo,
que hace de los amargos momentos,
dulces reencuentros"
Miguel de Cervantes




Nota: El cuadro del Ermitaño es una obra original de Roberto Arenas Esquinca, pintor mexicano.

Tú duermes, ya lo sé...

Tú duermes, ya lo sé. 
Te estoy velando.
No importa que estés lejos,
que no escuche
tu cadencia en la sombra;
no importa que no pueda
pasar mi mano sobre tu cabeza,
tus sienes y tus hombros.

Yo estoy velando, siempre.
No importa que no pueda acurrucarme
para que tú me envuelvas sin saberlo,
para que tú me abraces sin sentirlo,
para que me retengas
mientras yo tiemblo y digo simplemente
palabras que no escuchas.
Yo puedo estar tan lejos
pero sigo velando cuando duermes.



Julia Prilutsky

La granada y la Diosa... (P & P II)

20 septiembre 2009

(La inspiración para el siguiente relato apareció a raíz del relato que publicó mi amigo Nacho en su blog, y que podéis encontrar aquí, un relato cargado de pasión y belleza que me inspiró para querer contar la historia de Proserpina/Perséfone, desde su propia perspectiva... en este relato hay más, mucho más de lo que aparece a simple vista, pues el mito de Proserpina, como arquetipo, es el relato del despertar. Espero que os guste tanto leerlo como a mí me ha gustado escribirlo).

Nunca sentí su mirada, encendida de deseo, recorriendo mi piel... y es que, hasta aquel momento, sólo sentí el escalofrío de las gotas de lluvia acariciándome, y el calor del sol en mi espalda... no sabía de la furia de la pasión del hombre, del ansia del Dios.

Yo, que sólo conocí el amor de Madre, la luz del sol, la vida, la brisa y la risa, la alegría... la inocencia...
¿acaso podría la Sibila saber de mi destino?, ¿ver las tinieblas que envolverían mi sino?

Son pocos los recuerdos que me quedan del infausto día: sus manos ciñéndome con fuerza, de repente, invisible a mis ojos. Su aroma penetrante y su fuerza me rodearon y me dejaron exhausta: luche con todas mis fuerzas. Grité, arañé, empujé y golpeé... no fue suficiente, y de repente se hizo la oscuridad... y el silencio.

Y el manto impenetrable de la noche lo cubrió todo, y el silencio se hizo denso. Sólo sentí el frío del mármol que era ahora mi piel. Mi corazón. Mi pensamiento. Y a pesar de que mi corazón se volvió de piedra, sentí la levedad de las lágrimas recorriendo mi pétreo rostro, y bañar la comisura de mis labios.  Es mi último recuerdo a la entrada del Averno, navegando el Aqueronte.

No afloraron más recuerdos de esa impenetrable oscuridad que me cubrió cuando Plutón fue castigado por su osadía, y fui transformada en piedra. Pero un día desperté, y la piedra se hizo carne de nuevo, y bajé del pedestal en que me había colocado, en su sala del trono.

No era su prisionera, pero no había salida. Podía vagar por su infinito reino gris, donde no lucía la luz del sol, donde no corría la brisa, ni existía la alegría del color, del canto de los pájaros, ni el perfume de las flores. La tristeza lo impregnaba todo: lúgubre era también la antes cantarina agua de los ríos.

A veces lo sorprendía rondándome, se acercaba silencioso y me miraba. Una mirada cargada de infinita tristeza, y que yo correspondía con una mirada cargada de odio y de rabia, de dolor por los tesoros perdidos. No existía más que el silencio entre nosotros. En ese mundo gris yo ya sólo entendía de silencios.

Solía pasear sin rumbo, en un tiempo indefinido, pues allí el día y la noche dejaron de tener sentido. A veces me sentaba a las orillas del Acheron y dejaba que la nostalgia y la tristeza me envolvieran y me calaran, al igual que las diminutas gotas de agua que me salpicaban desde el río. Y me sumergía en aquellos recuerdos que poco a poco iban desapareciendo de mi mente, llevados por el agua... y es que a veces el dolor era tan insoportable que envidiaba a los habitantes de los Campos Elíseos, y mi único deseo era sumergirme en el Lethe, dejarme llevar por el olvido... con la esperanza de romper las cadenas de mis últimos recuerdos, y dejar atrás el dolor.

Pero yo, Diosa, hija del Dios de Dioses, era demasiado orgullosa, y no me dejé vencer por el desánimo  y comencé a planear la forma de huir, pues la idea de ser rescatada aparecía descabellada en mis pensamientos: ¿qué Dios osaría desafiar al hermano de Júpiter?, ¿quién se enfrentaría con el señor de los muertos cara a cara?.

Comencé a rondar la sala del trono, protegida en la penumbra  y la sombra de los rincones, huyendo de la tenue luz, escondiéndome tras las frías columnas.  Comencé a asistir a los juicios en los que era requerida su presencia, esperando encontrar entre sus palabras o en las de los jueces un resquicio, algo a lo que asirme para poder escapar, buscar una salida. Asistí a un juicio tras otro, en los que de forma firme, pero misericordiosa imponía castigos o premiaba, y es que sólo existía justicia en aquella sala. ¿Era ese el mismo Dios arrebatado de pasión el que ahora, sentado en un trono, tan cercano como distante, administraba el perdón a sus nuevos súbditos?

No sé cómo ocurrió, pero acabé rondando la sala del trono siempre que él estaba cerca. Ahora intuía su presencia cercana, y más de una vez me creí descubierta, cuando su miraba registraba las sombras que me ocultaban entre las columnas. Admiraba su mirada serena y su voz profunda... y mientras le miraba calmaba el ardor de la piel de mis mejillas contra el frío mármol. Había amor en su forma de hablar, comprensión... y un toque de tristeza en su mirada... Nadie escapa a la soledad del trono, a la tristeza de este mundo sin vida.

Comencé a ansiar su cercanía, y dejé de esconderme en las sombras, buscando su mirada. No me acerqué, las heridas eran profundas aún, y su mirada en la mía se posaba triste. Demasiado dolor acumulado, rencores que aún ardían como ascuas entre las cenizas. Y el tiempo seguía su discurrir sin forma...

Una vez, antes de comenzar un juicio, se me acercó... y sentí como mi alma y mi cuerpo comenzaron a temblar... "¿querríais acompañarme en el trono?, vuestra belleza y presencia haría más llevadera la dureza del juicio a los nuevos habitantes del Averno". Sólo pude admirar la belleza de sus ojos, rodeados de pequeñas arrugas, me preguntaba por la suavidad de las ondas de su cabello y su barba... por la timidez de su sonrisa cuando terminó de formular su petición. Asentí con la cabeza, incapaz de hacer surgir las palabras, casi ya olvidadas, de mis labios.

Y mi rutina gris varió al asistir a los juicios desde el trono, lo que no hizo más que acrecentar un sentimiento desconocido en mí. Recuperé el habla, sólo para los juicios, cuando él me pedía mi opinión ante un caso especialmente difícil, o cuando yo le pedía clemencia para alguien que me había conmovido. Una vez terminado, mis labios volvían a quedar sellados, pero las palabras brotaban a borbotones por mis ojos y mis manos... mi mirada le recorría y se deleitaba en él, en el ancho de su espalda, lo poderoso de sus hombros... la fuerza de sus brazos y piernas... el calor que prometía su pecho. Y él me devolvía esa mirada, triste al principio... y acompañada de una leve sonrisa después, que se iba haciendo mayor a medida que descubría mis ojos fijos en los suyos.

Y le sonreí. Un día le sonreí con mis ojos, con mi corazón, que había creído convertido en piedra,  con el temblor de mi piel, estremecida ante algo que jamás había sentido. Y es que sentada a su lado me dejaba envolver por su calor... y por el deseo que había vuelto a resurgir en él... un deseo que se había despertado en mí y que me era completamente desconocido. Me cogió de la mano tras el juicio,  y me invitó a acompañarlo, paseando por su reino, entre árboles plateados que se mecían en una brisa invisible, en las riberas del Estigia. Sentía su piel abrasando la mía, su mano me quemaba y el ardor de mis mejillas tiñeron de color la palidez que me seguía en mi cautiverio.

-"Sois compasiva y dulce, suave como un bálsamo para mi soledad y mi  tristeza... para la de todos nosotros. Siento haberte arrebatado a tu madre y todo el dolor que os he causado. Entendería que quisierais dejarnos, dejarme... si así lo deseáis os devolveré a vuestro mundo".
-"No, no" -dije, mientras posaba mi mano en sus labios... que respondieron con un beso en las yemas de mis dedos. Busqué su mirada, tristemente posada en el suelo, esperando una respuesta que le desgarrara el corazón sin piedad. Pero esa respuesta que él esperaba, aquella que yo creía que formularía a la menor oportunidad, no surgió de mis labios.
-"No quiero irme, éste es ahora mi sitio" dije, sosteniendo su cara entre mis manos, buscando su mirada con la mía.... sonriendo, temblando, y sintiendo que el mundo daba vueltas enloquecido y se detenía a la vez, sólo para nosotros, sólo para observarnos.
-"Sois una diosa, hija del Dios de Dioses, no puedo reteneros" dijo,  mientras se me escapaba de entre las manos y se dejaba caer a los pies de un granado, a las orillas del río.
Miré el granado, y sin pensar lo que hacía cogí uno de sus frutos, lo abrí y me comí tres granos, sabiendo las consecuencias de ese acto, pero dispuesta a cualquier cosa con tal de no perder el nuevo tesoro encontrado.
Me miró confundido: "¿pero sabéis lo que habéis hecho? Habéis tomado alimento del Averno, ahora estáis condenada a permanecer aquí".
Me arrodillé a su lado, y volviendo a tomar su cara entre mis manos, le sonreí:
"Claro que conozco las consecuencias de mi acto. Soy una Diosa, y yo elijo mi destino".

Y nuestros labios se fundieron, se unieron nuestros cuerpos y nuestras almas. Elegí mi destino, y escogí acompañarte en el Averno.

Estación en la Tierra

13 septiembre 2009

No creo que esté aquí de más.
Aquí hace falta una mujer, y esa mujer soy yo.
No regreso hecha llanto, no quiero conciliarme
con los hechos extraños
Antiguamente tuve la inútil velada de levantar las tejas
para aplaudir los párrafos de la existencia ajena.
Antiguamente no había despertado.
No era necesario despertar.
Sin embargo, he despertado de espalda a tus discursos,
definitivamente de frente a la verídica, sencilla y clara
necesidad de ir a mi encuentro.

Ahora puedo negarte, retirarte mi voto.
Y puedo escuchar y gritar conmigo
irremisiblemente viva,
porque viva es la voz de las verdades,
porque viva es la voz del luminoso
salón del casamiento de ángel con la estrella.

Ahora puedo negarte. Toda soy de ventanas,
limpia, libre y clara de frente al campanario
de los oficios de los vivos y de los muertos.
Y siento la necesidad de las cosas pequeñas,
de esas cosas pequeñas que no trepan
como si tuvieran medido el sitio,
sino que esparcen como los árboles ardidos.

Con esa pequeñez me desplazo por tu arquitectura
de galería sin fin.
-siempre sin novedad, ni rosa, ni luna en su camino-
y llego al fondo donde te descubro
en esas generaciones de familias inmovilizadas
que terminan con la última viga anciana
cuando ya no hay otro dueño y el mueble está gastado.


Aída Cartagena Portalatín
(1918-1944), poeta dominicana

La vida siempre es más fuerte

10 septiembre 2009

¿Te imaginas ser uno de los últimos hombres o mujeres sobre la faz de la Tierra?, ¿que los pocos supervivientes con los que convives son miembros de tu propia familia?, ¿y si supieras que hay algunos supervivientes más, pero que es prácticamente imposible ponerte en contacto con ellos, y que intentar hacerlo supondría poner tu vida en juego?...
Este es el escenario postnuclear que presenta Pedro Cáceres en su artículo sobre el Oso Cantábrico, en el Mundo (pinchen aquí).

No somos osos, la evolución a hecho que nos sobrepongamos a un instinto reproductor más fuerte que uno mismo... y posiblemente antepondríamos nuestra propia supervivencia a la continuidad de la especie humana... ¿O no? o es que el conocimiento profundo de que somos los últimos haría que nuestros instintos dormidos salieran otra vez a la superficie?

Pues ese instinto de supervivencia, de preservación de la propia especie, la continuidad de la vida, la fuerza de la  Naturaleza es lo que ha hecho que un oso se haya jugado la vida para poder reproducirse.

Tal y como comentan en el artículo, en el norte de España sobreviven las dos últimas poblaciones de Oso Pardo Cantábrico (Ursus arctos), la occidental y la oriental, separadas, nada más y nada menos, que por una vía de tren, una carretera y una autopista. El caso del oso cantábrico me recuerda en muchos aspectos al Leopardo Amur, del que ya hablé aquí, que se encuentra en grave riesgo de extinción, acentuado además por una fuerte endogamia debido a que sus poblaciones se encuentran aisladas. La reproducción endogámica es una de las peores cosas que le puede pasar a una especie que ya se encuentra en riesgo de extinción, porque las nuevas crías son más débiles y suelen nacer con defectos genéticos.

Recientemente se han encontrado restos que indican que existen dos nuevas crías de oso cantábrico procedentes de un macho de la población occidental (más numerosa) y una hembra oriental. Una muy buena noticia, y una gran esperanza para la continuidad de la especie. Ojalá se siga trabajando para crear pasillos que comuniquen ambas poblaciones, y que dentro de poco toda la cordillera cantábrica esté llena de oseznos.

A veces me apetece tener branquias...

07 septiembre 2009

Éstas son algunas de las joyas que pueblan nuestros mares... Y no somos capaces de valorarlas porque no las vemos, porque nos parece algo lejano, no las conocemos y por tanto no las respetamos. Ya lo he dicho alguna vez: el desconocimiento lleva al miedo y de ahí a la destrucción hay muy pocos pasos.

Os dejo con una joya grabada por Jon Rawlison, con música de un grupo de Seattle que se llama Barcelona, un acompañamiento perfecto.

Disfrutadlo.

Un consejo

Dando vueltas sin rumbo por internet, acabo de encontrar un vídeo que nos enseñó Marcela, una compañera del máster, el último día de clase, a modo de despedida.

Éramos un grupo muy unido, muy pequeño, y aunque las pasamos canutas y hubo de todo un poco, nos cogimos todos mucho cariño.

Ese último día, quien más, quien menos, se emocionó y se le saltaron un par de lagrimillas, viendo el video y con la posterior despedida (evidentemente, yo en mi línea, un par de lagrimillas y algunas más de regalo).

Y hoy me gustaría compartirlo con vosotros. Es largo, pero es precioso, y tiene verdades como puños.

Ausencias...

03 septiembre 2009


Me quema en la mano
la ausencia de tus dedos
entrelazados con los míos.

Me abrasa el recuerdo
de tus manos acariciando mi rostro
y mi pelo sigue enredado entre tus dedos.

A veces siento un aleteo en los labios
y miles de mariposas recorren mi boca
y sólo por un momento
vuelvo a recordar el sabor de tus besos.


Y algunas noches me despierto
soñando que he dormido 
en el hueco que queda
entre tu abrazo y tus latidos.

Intimidad

De un tiempo para acá muchas cosas han cambiado, y gente que había desaparecido de mi vida, o yo había desaparecido de la suya, están volviendo. Y no importa los años que hayan pasado, porque la confianza y la intimidad que había en aquel entonces aún perduran. Y a veces me parece increíble lo profunda que puede llegar a ser una relación, para que resista el tiempo y la distancia de esa forma.


Y es que a veces internet hace magia, y a uno de mis antiguos amigos lo recuperé a través del facebook. Y a partir de una tarde de abril, las cosas han vuelto a ser como hace más de diez años. Cuando la ruptura de nuestro grupo, a causa de la ruptura de su relación, lo mandó todo al garete. Yo me equivoqué en mis decisiones de aquel momento, pero se aprende de todo en esta vida.


Y poco a poco la relación se está recuperando. Y ayer estuvimos hablando de los viejos tiempos... y la intimidad que tenía con él volvió a cobrar la forma de su mano acariciando mi espalda.


En la primera tarde de abril escarbamos para intentar averiguar el porqué de nuestra separación, pero había miles de razones. Los siguientes días nos hemos puesto al día de nuestras vidas, de la mía, de la de los amigos que teníamos en común. Cada una corriendo por un derrotero distinto. Y ayer volvimos a nosotros, a aquello que nos unió en tercero de carrera. A aquello que nos separó.


Ayer le dije: "es que me parece que te despertaba un tremendo instinto de protección..." pero hoy me he dado cuenta de que era al revés: la que se sentía protegida era yo. Y también muy querida.


Ratoncito, creo que he tenido mucha suerte contigo.

El hombre que me ame...

02 septiembre 2009

I
El hombre que me ame
deberá saber descorrer las cortinas de la piel,
encontrar la profundidad de mis ojos
y conocer lo que anida en mí,
la golondrina transparente de la ternura.

II
El hombre que me ame
no querrá poseerme como una mercancía,
ni exhibirme como un trofeo de caza,
sabrá estar a mi lado
con el mismo amor
conque yo estaré al lado suyo.

III
El amor del hombre que me ame
será fuerte como los árboles de ceibo,
protector y seguro como ellos,
limpio como una mañana de diciembre.

IV
El hombre que me ame
no dudará de mi sonrisa
ni temerá la abundancia de mi pelo,
respetará la tristeza, el silencio
y con caricias tocará mi vientre como guitarra
para que brote música y alegría
desde el fondo de mi cuerpo.

V
El hombre que me ame
podrá encontrar en mí
la hamaca donde descansar
el pesado fardo de sus preocupaciones,
la amiga con quien compartir sus íntimos secretos,
el lago donde flotar
sin miedo de que el ancla del compromiso
le impida volar cuando se le ocurra ser pájaro.

VI
El hombre que me ame
hará poesía con su vida,
construyendo cada día
con la mirada puesta en el futuro.

VII
Por sobre todas las cosas,
el hombre que me ame
deberá amar al pueblo
no como una abstracta palabra
sacada de la manga,
sino como algo real, concreto,
ante quien rendir homenaje con acciones
y dar la vida si es necesario.

VIII
El hombre que me ame
reconocerá mi rostro en la trinchera
rodilla en tierra me amará
mientras los dos disparamos juntos
contra el enemigo.

IX
El amor de mi hombre
no conocerá el miedo a la entrega,
ni temerá descubrirse ante la magia del enamoramiento
en una plaza llena de multitudes.
Podrá gritar -te quiero-
o hacer rótulos en lo alto de los edificios
proclamando su derecho a sentir
el más hermoso y humano de los sentimientos.

X
El amor de mi hombre
no le huirá a las cocinas,
ni a los pañales del hijo,
será como un viento fresco
llevándose entre nubes de sueño y de pasado,
las debilidades que, por siglos, nos mantuvieron separados
como seres de distinta estatura.

XI
El amor de mi hombre
no querrá rotularme y etiquetarme,
me dará aire, espacio,
alimento para crecer y ser mejor,
como una Revolución
que hace de cada día
el comienzo de una nueva victoria

Gioconda Belli