LOBO ESTEPARIO

31 julio 2009

Yo, lobo estepario, troto y troto,
la nieve cubre el mundo,
el cuervo aletea desde el abedul,
pero nunca una liebre, nunca un ciervo.

¡Amo tanto a los ciervos!
¡Ah, si encontrase alguno!
Lo apresaría entre mis dientes y mis patas,
eso es lo más hermoso que imagino.
Para los afectivos tendría buen corazón,
devoraría hasta el fondo de sus tiernos perniles,
bebería hasta hartarme de su sangre rojiza,
y luego aullaría toda la noche, solitario.

Hasta con una liebre me conformaría.
El sabor de su cálida carne es tan dulce de noche.
¿Acaso todo, todo lo que pueda alegrar
una pizca la vida está lejos de mí?
El pelo de mi cola tiene ya un color gris,
apenas puedo ver con cierta claridad,
y hace años que murió mi compañera.

Ahora troto y sueño con ciervos,
troto y sueño con liebres,
oigo soplar el viento en noches invernales,
calmo con nieve mi garganta ardiente,
llevo al diablo hasta mi pobre alma.

HERMAN HESSE (Versión de Andrés Holguín)

HAY ALGO EN TI

29 julio 2009

Hay algo en ti que nunca he conocido

vana sombra que a nadie pertenece,

algo que conturba y estremece:

flor de amor que jamás se ha deshojado.

Es algo indefinible, atormentado

noche que no se acaba ni amanece

cual sórdido cilicio permanece

entre la carne viva, soterrado.

Algo entre la locura y el espanto.

Grito que va a llegar y nunca llega,

cercano al resplandor, próximo al llanto.

¡Oh trágico dolor de herida ciega!

hay algo en ti que nunca se entrega.

LOBO AZUL


No quise detenerte
pensaste que era el viento
fa fuerza de gravedad que te empujaba

Y era el impulso mío
la sed de lo que parte

Bien puede ser
el sol tras la montaña
o la montaña en sombra desteñida
la ciudad que se esfuma en la ventana
la estela en barco convertida
el olor de los muelles

la hora cero
la caída del Dios que nos levanta

La dulzura de las manos solas
la mancha
en los pañuelos blancos

No quise detenerte
me gustabas por agua

Llévate el lobo azul
Déjame el lila pálido

Ana María Iza

Érase una vez...

10 julio 2009


Érase una vez un pájaro, adornado con un par de alas perfectas y plumas relucientes, coloridas y maravillosas. En fin, un animal hecho para volar libre e independiente, para alegrar a quien lo observase. Un día, una mujer lo vió y se enamoró de él. Se quedó mirando su vuelo con la boca abierta de admiración, con el corazón latiéndole más deprisa, con los ojos brillantes de emoción. Lo invitó a volar con ella, y los dos viajaron por el cielo en completa armonía. Ella admiraba, veneraba, adoraba al pájaro.

Pero entonces pensó:"¡Tal vez quiera conocer algunas montañas distantes!". Y la mujer tuvo miedo. Miedo de no volver a sentir nunca más aquello con otro pájaro. Y sintió envidia, envidia de la capacidad de volar del pájaro.

Y se sintió sola.

Y pensó: "¡Voy a poner una trampa. La próxima vez que el pájaro venga, no volverá a marcharse!".

El pájaro, que también estaba enamorado, volvió al día siguiente, cayó en la trampa y fue encerrado en una jaula.

Todos los días ella miraba al pájaro. Allí estaba el objeto de su pasión, y se lo enseñaba a sus amigas, que comentaban lo afortunada que era. Sin embargo, empezó a producirse una extraña transformación: como tenía al pájaro, y ya no tenía que conquistarlo, fue perdiendo el interés. El pájaro, sin poder volar ni expresar el sentido de su vida, se fue consumiendo, perdiendo el brillo y se puso feo, y ella ya no le prestaba atención, excepto para alimentarlo y limpiar la jaula.

Un buen día, el pájaro murió. Ella se puso muy triste y no dejaba de pensar en él. Pero no recordaba la jaula, recordaba sólo el día que lo había visto por primera vez, volando contento entre las nubes.

Si profundizase en sí misma, descubriría que aquello que la emocionaba tanto del pájaro era su libertad, la energía de las alas en movimiento, no su cuerpo físico.

Sin el pájaro, su vida también perdió el sentido, y la muerte vino a llamar a su puerta. "¿Por qué has venido?", le preguntó a la muerte.
"Para que puedas volar de nuevo con él por el cielo -respondió la muerte-. Si lo hubieses dejado partir y volver siempre, lo admirarías y amarías todavía más. Sin embargo, ahora necesitas de mí para poder encontrarlo de nuevo".

Once Minutos

Ésta es la verdadera experiencia de la libertad: tener lo más importante del mundo, sin poseerlo.




Primer mandamiento

Admite tus propios errores y fallas, pero no te condenes a ti misma inmediatamente.

Aprende a amarte a ti mismo así como amas a los demás.
Aprende a perdonarte a ti mismo así como perdonas a los demás.




Dones


Por suerte, o por desgracia, vaya usted a saber, tengo un par de dones. Uno de ellos es el poseer una intución "superdesarrollada" que hace que pueda percibir cosas que a otra gente se le pasarían por alto. Quizá se trate sólo de atención (aunque en mi caso, y dados los antecedes, lo dudo). Tener un don así sirve para intentar ayudarte, y ayudar a los demás, lo mejor que se sepa. A veces tener este don es una maldición, porque acabas intuyendo cosas que sería mucho mejor no saber.

El otro don, y que estoy consiguiendo a fuerza de prestarme atención a mí misma, es darme cuenta de mis patrones inconscientes, e intentar parar aquellos que me acaban haciendo daño. En ese sentido tengo suerte, reacciono rápido e intento corregirlo a la misma velocidad. Así, hoy me he dado cuenta de mi relación con la felicidad, la tristeza y la comida. Sé que tengo un problema: cuando estoy nerviosa, o triste, o angustiada, como, como por comer, por llenar un vacío. Un vacío que no se puede llenar con comida, porque es como un pozo sin fondo.

De lo que no era consciente hasta hoy, y de lo que me he dado cuenta a raíz de la comparación con el día de ayer, es la relación a la inversa: como me comporto en relación a la comida cuando soy feliz. Y va a sonar a burrada: pero ayer no tenía casi hambre para cenar, era tan feliz que no me cabía nada más que la felicidad en el estómago. Hoy ha sido al revés: se ha abierto la boca del pozo sin fondo, y necesitaba llenar ese vacío. Pero se ha hecho la luz y me he dado cuenta, me he parado a tiempo.

Aún tengo que prestarme mucha más atención. Esto es sólo un pasito más. Y quizá debería atar más corto a mi intuición, que corre desbocada...





Alguna vez, de pronto, me despierto...


Alguna vez, de pronto, me despierto:
Un dolor me recorre tenazmente,
un dolor que está siempre, agazapado,
por saltar, desde adentro.
Entonces tengo miedo.
Entonces, me doy cuenta que estoy sola
frente a mí, frente a Dios, frente a un espejo
lleno de mis imágenes,
de rostros polvorientos.

Estoy sola, pero siempre estoy sola:
Es lo único cierto.
El amor era un huésped,
la soledad es siempre el compañero
que permanece al lado, inconmovible.
Lo único seguro, verdadero.
Oigo mi corazón, vieja campana
que dobla y que golpea,
que rebota en las sienes y en la nuca
y en la boca y los dedos.
Es cierto, tengo miedo.
Miedo de no poder gritar, de pronto,
de que ya sea demasiado tarde
para un ruego.
La costumbre ahoga las palabras
y alarga el desencuentro.
Ah, tantas cosas quedarán ocultas,
perdidas, sin recuerdo,
tantas palabras que no fueron dichas,
tantos gestos.

Unos dirán: Yo sé, la he conocido,
fue una ardiente rebelde,
se desolló las manos y la vida
por defender los que creyó más débiles.
Otros dirán: Yo sé, la he conocido,
era dura, malévola,
avara de ternura, con la boca
mostraba su desprecio.
Alguien dirá: Y cómo sonreía...
Qué importa
lo que vendrá después del gran silencio.
Claro que tengo miedo.
Así, en la madrugada
mientras algún dolor -un dolor, siempre-
va hincando sus agujas en mi cuerpo,
abro las manos en la sombra dulce
para atrapar mi soledad, de nuevo,
y me quedo a su lado, sin moverme,
con los ojos abiertos
la vida detenida.
Toda mi sangre es un temor inmenso.

Sencillos deseos

07 julio 2009


Hoy quisiera tus dedos
escribiéndome historias en el pelo,
y quisiera besos en la espalda,
acurrucos, que me dijeras
las más grandes verdades
o las más grandes mentiras,
que me dijeras por ejemplo
que soy la mujer más linda,
que me querés mucho,
cosas así, tan sencillas, tan repetidas,
que me delinearas el rostro
y me quedaras viendo a los ojos
como si tu vida entera
dependiera de que los míos sonrieran
alborotando todas las gaviotas en la espuma.
Cosas quiero como que andes mi cuerpo
camino arbolado y oloroso,
que seas la primera lluvia del invierno
dejándote caer despacio
y luego en aguacero.
Cosas quiero, como una gran ola de ternura
deshaciéndome un ruido de caracol,
un cardumen de peces en la boca,
algo de eso frágil y desnudo,
como una flor a punto de entregarse
a la primera luz de la mañana,
o simplemente una semilla, un árbol,
un poco de hierba.

Gioconda Belli