Estaba sola en el centro del laberinto, oscuro, frío, triste, tumbada en el suelo, encogida, como en un frío vientre de piedra. Tenía los ojos cerrados, apretados muy fuerte, tenía miedo. Siempre era de noche. A veces alguien se asomaba, por encima de los muros del laberinto, y con su luz me calentaban el cuerpo y el alma, pero era tan breve... y yo tenía tanto miedo... seguía con los ojos cerrados. Si estiraba las manos, sin apenas moverme, sólo podía notar la presión de los muros sobre mí misma, su cercanía, su frialdad, su dureza. Cada vez estaba todo más oscuro y pensaba sin esperanza que nunca saldría de allí. Hasta que un día llegué al límite, toqué fondo, cogí impulso y desde mi laberinto de piedra salté a la superficie, y abrí los ojos. Alrededor mía había una luz muy tenue, temblorosa, que iluminaba de forma cálida. Busqué el origen de la luz, palpé los muros de piedra... y entonces vi mis manos, luminosas, brillantes, giré las manos, me palpé los brazos, la cara...YO era la fuente de luz, YO iluminaba mi camino, me levanté y vi los muros, que se desplazaban ante la luz... y salí del centro del laberinto, despacio al principio, con miedo, palpando las paredes, buscando la salida. Cuanto más andaba más se abrían los muros, mi luz era más fuerte... tenía más calor. Mi intuición me decía que estaba cerca de la salida. De repente los muros de piedra dieron paso a un inmenso jardín, laberíntico, pero luminoso, lleno de flores, de pájaros... de vida. Me tumbé en la tierra, sentí el palpitar del mundo, la respiración de la Tierra. Me cargué con su energía, amorosa, libre, viva y le devolví su amor con el corazón henchido. Y seguí adelante... recorriendo el nuevo laberinto, buscando la salida, disfrutando del camino... danzando en espiral.
La religión del ateísmo
Hace 10 años
0 Comentarios:
Publicar un comentario