No creo que esté aquí de más.
Aquí hace falta una mujer, y esa mujer soy yo.
No regreso hecha llanto, no quiero conciliarme
con los hechos extraños
Antiguamente tuve la inútil velada de levantar las tejas
para aplaudir los párrafos de la existencia ajena.
Antiguamente no había despertado.
No era necesario despertar.
Sin embargo, he despertado de espalda a tus discursos,
definitivamente de frente a la verídica, sencilla y clara
necesidad de ir a mi encuentro.
Ahora puedo negarte, retirarte mi voto.
Y puedo escuchar y gritar conmigo
irremisiblemente viva,
porque viva es la voz de las verdades,
porque viva es la voz del luminoso
salón del casamiento de ángel con la estrella.
Ahora puedo negarte. Toda soy de ventanas,
limpia, libre y clara de frente al campanario
de los oficios de los vivos y de los muertos.
Y siento la necesidad de las cosas pequeñas,
de esas cosas pequeñas que no trepan
como si tuvieran medido el sitio,
sino que esparcen como los árboles ardidos.
Con esa pequeñez me desplazo por tu arquitectura
de galería sin fin.
-siempre sin novedad, ni rosa, ni luna en su camino-
y llego al fondo donde te descubro
en esas generaciones de familias inmovilizadas
que terminan con la última viga anciana
cuando ya no hay otro dueño y el mueble está gastado.
Aída Cartagena Portalatín
(1918-1944), poeta dominicana
Aquí hace falta una mujer, y esa mujer soy yo.
No regreso hecha llanto, no quiero conciliarme
con los hechos extraños
Antiguamente tuve la inútil velada de levantar las tejas
para aplaudir los párrafos de la existencia ajena.
Antiguamente no había despertado.
No era necesario despertar.
Sin embargo, he despertado de espalda a tus discursos,
definitivamente de frente a la verídica, sencilla y clara
necesidad de ir a mi encuentro.
Ahora puedo negarte, retirarte mi voto.
Y puedo escuchar y gritar conmigo
irremisiblemente viva,
porque viva es la voz de las verdades,
porque viva es la voz del luminoso
salón del casamiento de ángel con la estrella.
Ahora puedo negarte. Toda soy de ventanas,
limpia, libre y clara de frente al campanario
de los oficios de los vivos y de los muertos.
Y siento la necesidad de las cosas pequeñas,
de esas cosas pequeñas que no trepan
como si tuvieran medido el sitio,
sino que esparcen como los árboles ardidos.
Con esa pequeñez me desplazo por tu arquitectura
de galería sin fin.
-siempre sin novedad, ni rosa, ni luna en su camino-
y llego al fondo donde te descubro
en esas generaciones de familias inmovilizadas
que terminan con la última viga anciana
cuando ya no hay otro dueño y el mueble está gastado.
Aída Cartagena Portalatín
(1918-1944), poeta dominicana
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