El juego de los espejos

08 junio 2009


El tema de este post lleva un par de meses dándome vueltas por la cabeza, y no tenía muy claro cómo hablar de esto. Y debe ser que el estar en vela me ha aclarado un poco las ideas (por cierto, un consejo, si os echáis un siestón de más de dos horas un domigo pre-lunes laborable... no os toméis después un café, por si las moscas...).

La cosa es que esta tarde he leído un post sobre este tema, en un blog que he descubierto esta misma semana. Y el post hablaba sobre la capacidad de escuchar y la empatía de las personas (casualmente, sobre la capacidad de escuchar acabo de leer otro post en el blog de Eduard Punset, pero dedicado a los taxistas).

En el post que he leído, la autora hablaba de cómo había estado hablando de un problema con un amigo, y éste, en vez de escuchar, ha comenzado a darle consejos sobre qué debería hacer en esa situación. La autora, ante esa reacción, se ha sentido presionada y ha terminado enfadándose: ella no le había pedido su consejo, sólo le había pedido que le escuchara, sólo quería su atención, y el apoyo de un amigo para desahogarse.

El saber escuchar es un don tan extraño como precioso. El ser humano, por regla general, ante la demanda de alguien de ser escuchado, reacciona creyendo que tras esa demanda de atención se encuentra una demanda de "ayúdame a buscar una solución" y creo que ante esa demanda reaccionamos y no sólo damos nuestra opinión, sino que decimos qué hacer y cómo. Acabo de recordar que en el libro "Los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus" hablaban de esto mismo, pero diferenciado por sexo: en el libro se afirma que cuando una mujer acude con sus problemas a un hombre, éste tiene la creencia de que lo que se espera de él es una solución, cuando ella lo que busca es alguien que escuche mientras describe sus problemas en voz alta, con el único fin, quizá, de aclararse ella misma.

La capacidad de escuchar está tremendamente vinculada a la empatía. Y es a la empatía a la que yo llamo "el juego de los espejos". La empatía se define como la capacidad de ponerse en el lugar de otro, y entender sus sentimientos. La empatía no existiría sin la capacidad de "escuchar" (que no oír) al otro. Pero cuando escuchamos y reaccionamos dando consejos no pedidos, creo que lo hacemos desde un "yo en el otro", me explico: le digo al otro lo que creo que debe hacer, pero no desde la posición de lo que yo sé o conozco del otro, aunque esté teniendo en cuenta sus sentimientos, lo estoy haciendo desde mi propia historia, lo que yo sé, he vivido y sentido. Le estoy aconsejando en función de cómo actuaría yo si fuera él. Para mí, la empatía así entendida se queda coja.

Para mí la empatía debe ser todo un ejercicio de "yo soy el otro": qué sé de la persona que tengo en frente, cuáles son su problemas, sus debilidades, sus fortalezas, que le anima o que no, cómo ha salido de otras situaciones similares... y cuando he hecho su yo mío, entonces, y sólo si nos lo piden, es cuando deberíamos dar un consejo sobre qué hacer o cómo hacerlo. Es francamente difícil, en primer lugar porque lo que se pone a prueba es nuestro conocimiento y nuestro interés en el otro, y ahí es cuando nos damos cuenta de la profundidad de nuestras relaciones. Y en segundo lugar, porque desvincularse de nuestra propia historia para sumergirnos en la del otro puede ser una ardua tarea que implica romper todos nuestros esquemas mentales.

Me pongo delante del espejo, y primero te veo a ti, con tu alegría y tu dolor. Ves mi reflejo y yo veo el tuyo. Tu ves mi mundo tras el espejo y yo veo el tuyo. Si acerco mi mano al espejo, cuando nuestros dedos se toquen, yo seré tú y y tú también estarás dentro de mí, tus ojos verán a través de los míos, y mi corazón latirá a través del tuyo. Cuando nuestros dedos se toquen, se unirán nuestras almas, y seremos uno.





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