Dirigido a ti.
Cuando hablas y dices cosas tan bonitas acerca de la vida y de todo aquello que te pasa, siento admiración por tu lucidez y por tus formas mentales tan bien cultivadas. Cuando me cuentas lo que descubres con tus propias antenas de ver el mundo y enteder lo que a éste le ocurre, siento el poder de tus talentos que corre vigoroso por las neuronas de mi alma.
Cuando pones la letra a la música y cuando explicas tan agudamente lo que muy dentro nos pasa, sentimos la grandeza de entender la vida y abrir la mente a ideas expandidas y sensatas. Cuando en tus palabras pones la luz que necesitan mis sentimientos, a veces confusos por contradicciones internas, siento que eres un regalo que muestra las diferencias y separa el grano de las pajas.
Cuando te expresas sinceramente e inventas palabras nuevas, siento el reconocimiento de tu mente, siento tu sutil poder sobre las tinieblas. Cuando me acaricias con tus palabras dulces y sedosas, y me regalas susurros que me recuerdan la dimensión celeste de la existencia, te doy las gracias por saberme decir lo que un día soñé y que ahora, al nacer, serena mi alma.
Tus palabras son seguras, hermosas y bien calculadas...; sin embargo, cuando me miras en silencio, cuando posas en mis ojos tu mirada..., todo se detiene atento, hasta las estrellas del cielo parecen paralizar su marcha. Cuando miras mis pupilas y mantengo tu mirada, se abre un abismo infinito que me conmueve y arrastra.
Cuando contemplas una flor recién abierta o la mano arrugada de la anciana, siento tu grandeza, te reconozco como amor y percibo que has hecho un gran camino con el alma desnuda y descubierta. Cuando contemplas al que sufre, cuando enfocas al que goza, veo algo más en ti, veo tu sabiduría ecuánime, descubro al ser que volvió a la luz atravesando las sombras.
Cuando miras al infinito y te abstraes en las blancas arenas de las playas, descubro la inmensidad que resuena en lo profundo de mi alma. No es tu talento lo que ahora me conmueve, no es tu excelencia lo que ahora me impresiona. En realidad, es el rostro de todos los inocentes y la llamada de la ternura suprema. Algo tan inefable como misterioso que brota desde lo más profundo del alma.
En tu silencio está el poder de mover la estrellas de mi pecho y de mi cara. Cuando miras con tanta consciencia lo que tu mente proyecta, parece que desnudas de ropajes superfluos todas las cosas que para protegerse se adornan. Tu mirada es el camino energético que los seres del Universo recorren para llegar al Profundo y, ya conscientes, vuelven a casa.
En realidad..., tu mirada basta.
José María Doria
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